martes, 2 de agosto de 2011

Puebla no es Oaxaca I

Esa no es ni por lejos una novedosa verdad que no hayan pensado ya ustedes, así como esa otra aún más fulminante de que yo no soy ustedes y viceversa. Y siguiendo con este hilo de verdades innegables y harto llegadoras, me atrevo a decir que así como dije lo primero, puedo también desdecirme, y aseverar, que de cierto modo si lo son (y aún no me he fumado nada), pero ésto ya responde a cuestiones más fumadas (insisto), y personales que ya explicaré. Y antes de que me sometan a posibles juicios antidoping, aclararé un par de cosas.

Un mes atrás, tenía por cuestiones de calentura viajera y viejera, la querencia de visitar la tierra de la Guelaguetza, de refinarme una tlayuda con tasajo y atravesarme entre pecho y espalda diversos pulquitos, además de presenciar y disfrutar la maravilla natural que resulta ser la Sierra Norte de Oaxaca. Eso por decir lo menos.

“Déjame que te cuente limeña”… no fuí.

Y no fuí por diversos motivos míos, tan variados éstos como tontos lo pueden llegar a ser también. Cuestiones de tiempo, dinero, oportunidad y trabajo, son algunas veces  cuestiones ilusorias dentro de nuestro muy aferrado y personal sedentarismo, y es que viéndolo bien mirado, la única condición reinante para viajar y que se nos pide, es la de sentir esa necesidad de cambiar nuestro horizonte. Así pues, habiendo hecho algunos ajustes y con el favor del Patrón, en vez de visitar la tierra del barro negro, iremos ahora a la tierra de la talavera, por unos molitos o en su defecto unos nada despreciables chiles en nogada y empinarme unos acachules (¿no sabes qué es?... tache), y esperar no nada más, soplarme puro camote.

Como dije, Puebla no es Oaxaca, y ésto es una verdad en muchos modos tangible. Sin embargo, las une la causalidad de que en cualquiera de ellas, hubo de esperarme y me espera, una persona que quiero y me quiere. Ésto me basta para compartirte que por ese simple hecho, me son la misma ciudad, ya que la compañía de quien así decida estar a tu lado, te provoca una ligera sensación de universalidad geográfica, es decir, no importa tanto el lugar donde estés, sino con quien estés, y así correr las correspondientes y cómplices aventuras. Espero hacerme entender.

Y aunque si bien no somos ningún Ulises moderno, ni hemos de sortear mil peligros de regreso a Ítaca, podemos bien, adquirir nuestra modesta dosis de aventura, en la seguridad, primeramente y aquí cerquita, de estar en tierra mexicana. Donde al menos, o eso creo, podemos hacernos entender, signifique eso lo que sea que signifique. Y así evitar sortear los peligros propios que conllevan vérselas a/con sirenas modernas y animales de dos patas nada mitológicos y si no más modernos si más salvajes. No, tampoco se trata de eso.

Aunque el viaje por excelencia y como decía Sabines, siga siendo el que puedo uno emprender de un cuerpo a otro, o bien dentro de uno mismo (esa ganzada la digo yo), los dos pueden resultar igual de gozosos, pero tampoco es cosa de amedrentarse y ver pasar el día desde la misma silla, y menos aún cuando en esa lejanía, te espera la cálida presencia y cercana querencia que te profesa una hermosa mujer.

En fin, ya vuelvo. De regreso les cuento, mientras ahí les encargo el changarro.

"At the end of a rainbow" - Earl Grant

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